Buscaba la belleza by Jesús Terrés

Buscaba la belleza by Jesús Terrés

autor:Jesús Terrés [Terrés, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-01T00:00:00+00:00


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El primer acercamiento a la psicoterapia con Zaid fue una llamada telefónica, yo estaba en la cama sentado como un indio, sonaba de fondo Zahara (La Gracia, de su disco Santa), justo terminaba de mandar una pieza editorial en torno a un hotel maravilloso en San Sebastián desde donde veía el Cantábrico cada amanecer y escuchaba graznar a las gaviotas sobre el puente de Santa Catalina. El director de la revista que publicó aquel artículo me dijo que fue uno de los mejores textos que le había enviado nunca; qué paradoja, porque en realidad yo no fui feliz en aquel viaje, ya no podía serlo. Nunca. De vez en cuando seguía tomando las pastillas del pavo real, pero como quien le reza a san Pancracio: sin ninguna fe verdadera.

Yo imaginaba una conversación rápida, logística, indolora: pero qué va. Estuvimos una hora hablando; pista: prepara un buen rato para esa primera charla, de la que no recuerdo absolutamente nada. Pero nada es nada. Nos veríamos a partir de la semana siguiente. «¿Tengo que llevar algo?». Zaid se rio —⁠una risa asilvestrada, una carcajada anchísima que nacía desde las entrañas⁠—. Es que hay personas que se ríen solo con la boca y personas que se ríen con todo el cuerpo, desde las vísceras hasta las pestañas. Mi madre se ríe así. Zaid también. «No, no hace falta que traigas nada. Y no te preocupes, ya has hecho lo más difícil: dar el primer paso».

Mi primera sesión de terapia fue un lunes de septiembre de 2015, eran las siete de la mañana, hacía un frío de pelotas, era de noche y yo estaba acojonado. La consulta estaba, precisamente, frente a uno de mis edificios favoritos de la ciudad, el mercado de Colón, una joya modernista que no apetece visitar mucho durante el día pero a esta hora luce imponente: los primeros rayos de sol cruzan las vidrieras que dan a Conde Salvatierra, vecinos que salen de sus patios a pasear a sus perros, algún extraviado (los reconozco, cómo no los voy a reconocer) que vuelve a casa tras una noche de farra, las calles se desperezan, el mundo nace.

Como era tan temprano, habíamos quedado en que yo le avisaba por WhatsApp —⁠«Estoy aquí»⁠— y él me abría la puerta de abajo, lo que le daba a la escena un carácter todavía más surrealista. No es que me hiciera falta, la verdad. Era inevitable preguntarme a cada paso (un tercer piso, sin ascensor): «¿Qué narices estoy haciendo? ¿Por qué no me vuelvo a mi casa, me meto en mi cama calentita y sigo con mis viajes, con mis artículos y con mi vida?». «Segundo piso. Total ya estoy aquí, vamos a probar y si esto es una pérdida de tiempo, pues me invento cualquier excusa». Era un maestro inventándome excusas. «Tercer piso. Todavía estoy a tiempo, piénsatelo bien, cuesta una pasta, vas a tener que mentirle, vas a tener que mentir a todo el mundo, Jaume pensará que estoy loco, ¿estoy tarado? De mi



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